El Pico Vicente

En la cima del Pico Vicente

En la cima del Pico Vicente

¡Cuántos recuerdos me traen los Montes de Toledo! Allí he presenciado violentas tormentas, rayos cercanos, gruesos granizos. También fuertes emociones humanas y artísticas que no describiré aquí. Parece que estos Montes tuvieran vida propia y se empeñaran en hacerme vivir una historia atípica cada vez que los visito. Nuestra visita del pasado sábado no fue una excepción y pudimos recorrerlos en medio de un fortísimo viento gélido y amplias zonas nevadas cerca de las cumbres.

Aparcamos el coche en el Puerto del Robledillo después de visitar Mocejón, el pueblo natal de nuestra compañera Rebeca, quien nos condujo a dos de los sitios más emocionantes de su pueblo: las dos pastelerías. En la primera de ellas he tenido ocasión de degustar las mejores magdalenas de chocolate que he probado nunca: esponjosas, fuertes de sabor y adornadas con lágrimas de chocolate tierno. Las pastas, de azúcar o de chocolate, son igualmente deliciosas. Quizá los pasteles de bizcocho y las tortas de anís no son espectaculares pero son totalmente correctos. Y las palmeras de chocolate, piedra de toque de cualquier pastelería selecta, convierten este establecimiento en uno de los principales destinos turísticos de La Mancha. ¡Cuánto admiro el dulce! ¡Ay Don Quijote! ¿Quién se podrá extrañar de que tu adorado amor se llamase precisamente Dulcinea?

Una vez aparcado el coche decidimos faldear el monte Majadillas por su cara sur para evitar de este modo estar demasiado expuestos al fuerte viento glacial que nos acompañaba. Una vez hubimos llegado al puerto Marchés, emprendimos una empinada subida al Cerro Lagunillas, desde cuya cima pudimos divisar, allí a lo lejos, la cumbre del Pico Vicente, destino de nuestra andadura. Bajamos al collado y en ese punto comenzó la mejor aventura del día: bajo un cielo azul perla y en medio del fuerte viento helado fuimos ganando altura, sorteando matorrales, destrepando riscos, tanteando charcos de hielo, adivinando el camino, buscando hitos escondidos bajo la nieve.

... destrepando riscos...

… destrepando riscos…

El vértice geodésico nos esperaba, altivo, rodeado de un pequeño ejército de rocas nevadas, y al coronarlo, nos resultó difícil creer que estuviéramos en los Montes de Toledo, esos Montes tranquilos y apacibles testigos de tanta historia. Al norte veíamos la Meseta; al Sur, Cabañeros; al Este, los compañeros del pico Vicente, que Rebeca conoce bien: la Morra, el Cerillón, el Peñafiel, la Sierra del Castañar; y al Oeste, allá a lo lejos, el Corral de Cantos y sus misteriosas piedras que forman círculo natural cual niñas petrificadas en mitad de su juego. Nos detuvimos a comer en la cara sur para estar protegidos del viento. ¿He mencionado ya que el viento huracanado y helado nos acompañó durante toda la jornada?

La cara sur

La cara sur

Regresamos al punto de partida por el mismo camino, igual de desierto que a la ida e igual de venteado. Por la tarde paramos en Toledo, la ciudad Imperial capital del Reino Visigótico; bordeamos su valle junto al río; conocimos la casa de Rebeca, llena de música y también de cultura viajera a las espaldas de un mono de peluche; paseamos por sus calles empedradas y antiguas y tomamos un chocolate en una antigua iglesia reconvertida. Ya tenemos planes para volver a esta tierra: será en primavera, caminaremos desde la capital hasta unos acantilados que nos harán recordar el día en que vimos nieve en los Montes de Toledo.

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